No me quejo. En absoluto. Pero tras una década de películas de superhéroes, o bien muy solemnes o bien para todos los públicos, se agradece muchísimo poder contar con este par de títulos (y esperemos que caiga un tercero). Se trata de Deadpool: el mercenario bocazas ("a merc with a mouth"), un asesino mercenario muy hablador, mentalmente inestable, que suele comentarlo todo con chistes y mucha acidez, y a veces habla con el público.
Este producto de la factoría Marvel, que empezó como villano en los comics en 1991 y se ha transformado en un antihéroe,  no obtuvo su serie regular en el comic hasta finales de los 90. En cambio, en la película, se ha convertido en un icono de lo irreverente. Sí, es una película de superhéroes, y sí, hay acción y mucha, pero lo que caracteriza a las películas de Deadpool es el diálogo políticamente incorrecto de los personajes, su cantidad de referencias a la cultura popular y del comic y una muy buena capacidad para hacer al público cómplice de los chistes (incluso hablando directamente con la pantalla).
Los poderes de curación del personaje lo convierten además en el objeto de montones de situaciones que típicamente son poco realistas en el cine porque con que sucedieran una sola vez se acabaría la película con la muerte del protagonista. En cambio aquí juegan con esto constantemente, mucho más que en Lobezno, y en Deadpool 2 se ceban especialmente (lo hacen explotar en pedazos, lo parten por la mitad...).