Esta es sin duda una de las novelas más renombradas del escritor y periodista George Orwell. Se publicó en 1949, pero permanece incombustible, tanto que el concepto de Sociedad Orwelliana se encuentra muy presente a principios del siglo XXI.

1984 es una distopía en la que la humanidad ha alcanzado un equilibrio de potencias tal que entre ellas son incapaces de destruirse, pero no pueden dejar de permanecer en Guerra. El territorio en el que vive el protagonista, Oceanía, está gobernado por una estructura tremendamente rígida y estricta con evidentes paralelismos con el Partido Socialista de Stalin. La información se controla y se manipula. Es más, el pasado y el presente se controlan, y para ellos hay todo un ministerio de información dedicado exclusivamente a eliminar el pasado que no interesa y reescribirlo (debo decir aquí que hay partes de eso que Orwell admitió que había aprendido en España: “hay que contar las cosas como debieron pasar, no como pasaron”). La represión política es cruel y el pueblo se somete a una vigilancia absoluta. El ambiente asfixiante que genera es casi peor que el de una prisión, puesto que en las prisiones hay un momento en que los guardias ya no tienen interés en saber lo que ocurre entre presos en su intimidad. En todo momento, incluso cuando duermen, los personajes tienen que estar pendientes de ocultar hasta sus micro expresiones.

Otro de los aportes interesantes de este sistema totalitario es la progresiva substitución de la lengua inglesa por un nuevo idioma. Este idioma se diseña explícitamente con la intención de eliminar los matices e impedir que nuestra propia mente pueda captar las complejidades. Y aquí algunos lectores se reirán, pero que no se sorprendan a sí mismos repitiendo frases y razonamientos de las mentes pensantes que salen por nuestra televisión.

Esta novela es otra imprescindible para tener. Muy, muy recomendable, y más en nuestro tiempo. Como mínimo permitirá un poco de autocrítica y sátira sobre el mundo en el que vivimos.