El silencio de los Corderos (encuentra tu ejemplar en amazon)

La década de los noventa nos dejó un buen montón de películas icónicas y de entre ellas en lo que se refiere a la temática de asesinos en serie destaca El Silencio de los Corderos (o el Silencio de los Inocentes).

Estrenada en 1991 y ganadora de los cinco óscars más importantes (entre ellos mejor actor y mejor actriz), esta película se basa en la segunda novela de Thomas Harris y nos presenta al asesino convicto Hannibal Lecter en una colaboración con una agente en prácticas del FBI, Clarice Starling, para atrapar a otro asesino en serie.

Starling es en realidad utilizada en una treta de Jack Crawford, jefe de la unidad que investiga al asesino Buffalo Bill que corta la piel de la espalda de las víctimas. Crawford sospecha que Hannibal conoce la identidad del asesino así que utiliza a la agente en prácticas para sonsacarle información al Doctor. Sin embargo, pese al rechazo inicial del Dr. Lecter, Clarice conseguirá acercarse lo suficiente como para sacar algo de información y ser guiada hacia el asesino pues una de las características del ex psiquiatra es sentirse atraído por la integridad personal (aunque como se nos explica, desprecia a la gente grosera hasta el punto de no importarle servirla como platos de nouvelle cuisine). Buffalo Bill resulta ser un psicópata con problemas de identidad que usa la piel de sus víctimas para hacerse un traje de mujer, razón por la cual tiene auténtica fascinación por los insectos que se transforman de orugas a criaturas con alas (y es la razón por la que usa la mariposa como firma de sus asesinatos).

Y me reafirmo, la obra es tan buena que después de casi treinta años mantiene toda su capacidad de seducir al público. Nos ha dejado escenas visuales y de interpretación icónicas, con el propio Hannibal en el centro, como por ejemplo verlo salpicado de sangre en su jaula escuchando música clásica o sorber rápidamente delante de Clarice mientras le hace entender que se comería el hígado de una persona.

Como no puede ser de otra manera no solo recomiendo verla, recomiendo tenerla y verla tantas veces como apetezca. No tiene desperdicio.